miércoles, 23 de noviembre de 2011

De la inmigración de no retorno a la posibilidad de retorno. Una historia de orgullo y de esperanza.

De lo que voy a hablar es de la película “La Puerta de No Retorno” que se estrena el viernes 25 de noviembre de 2001: me la han recomendado. Sí, subrayo lo de que me la han recomendado porque encierra un sentimiento de orgullo casi contagioso. Su director es Santiago Zannou, una persona que no conocía, pero que empecé a conocer desde aquel día de 2009 (si no me equivoco) a través de los premios Goya.
Como decía, no lo conocía; pero al escuchar su nombre, lo primero que me dije fue: “ese es de Benín”. Estaba yo, sólo frente al televisor, sin nadie con quien compartir. En efecto, se trata de esos apellidos que son endémicos, que difícilmente dan lugar a equivocaciones (no como el mío por ejemplo, “ALI” que se puede encontrar en distintos países de África Occidental, y sobre todo musulmanes, haciendo siempre pensar en la cultura árabe). Luego, entre los diversos comentarios, he escuchado decir que se trababa del “primer director de cine negro premiado en España”; es decir, un paso más hacia la normalización de nuestras relaciones sociales que normalmente (valga la redundancia), no tenían que basarse en el color de la piel, ni del género, ni de la clase, sino, en la persona como ser humano.
El año siguiente (en el 2010), tuve la oportunidad de conocer al padre del Director de Cine en una reunión que tuvimos los de Benín en Madrid. Él se presentó de esta manera: “me llamo Alphonse (Alfónz) Zannou, soy el padre de Santiago Zannou”. En su cara, se podía leer el orgullo de ser el padre de un premiado por el Goya; pero por otra parte, decía que sentía orgullo de ser uno más de Benín, a pesar de su largo tiempo viviendo fuera. Aunque otra vez nos encontramos en otro evento, no pudimos conversar como se debía (ya que los encuentros de ese tipo no lo permiten, solo intercambiamos nuestros datos para poder seguir hablando), he podido saber después algunas razones de su orgullo. Él las narra en esta película dirigida por su hijo, que ha decidido, a través de él, rendirle un homenaje a la inmigración en general.
Él encarna esa inmigración que dificulta el retorno debido a muchas peripecias. Salió de Benín cuando todavía el país se llamaba Dahomey, dirigiendo hacía Francia, porque era el único destino europeo accesible a los de Benín, por ser el país colonizador. Su primer destino parece ser la ciudad de Marsella, aunque después vivió en otras ciudades francesas. De esta manera pudo desengañarse sobre algunos prejuicios, como el de creer que algunos trabajos (como el de barrendero) estaban reservados a los negros como él. Quizás por eso estaba seguro que no le iba a faltar un puesto de trabajo al llegar a su destino. Al constatar que había franceses ocupando esos puestos, se lo contó a uno de sus primos que se quedó allá. Ese no se lo creyó, y pensó que se había vuelto loco, o que le estaba contando un sueño que había tenido.
Después de la experiencia francesa, llegó a España, pudiendo ser uno de los primeros residentes de ese “pequeño país”. Aquí nació Santiago, no hace falta hablar sobre las dificultades que él ha conocido aquí, ya que a pesar de su deseo de retornar, ése solo se cumplió 40 años después, de la mano de su hijo: el hijo fue que visitó primero la tierra que vio nacer a su padre. Ahí conoció la tumba de su abuela a la que prometió la próxima visita de su hijo. Cuenta que se ha dado cuenta que algunas ideas, algunos pensamientos siguen siendo iguales, intactos, porque al proponerles a los familiares de allá su intención de realizar esta película, no se lo creían; los que se lo creían pensaban que sería obra de los “blancos” que lo acompañaban.
Hay que recordar que la idea de no retorno está arraigada en la historia de Benín, y viene de la emigración forzosa a la que se sometía a los esclavos que salían del país dirigiéndose a Europa, y finalmente al continente americano, formando lo que se ha conocido como el comercio triangular (que unía esos tres continentes). En Benín, como muestra de la historia, todavía se puede visitar esa “puerta de no retorno”, para refrescarles las memorias hasta a los más incrédulos.
Si anteriormente existía esa puerta de no retorno, en la actualidad existe la posibilidad o la esperanza de poder retornar, a pesar de las dificultades que entraña la globalización que según Asensi (2004), hace posible que el capital sea global, y que el trabajo en su mayor parte siga siendo local. Lo que para él significa que “Mientras se liberalizan los movimientos de capitales (y, en menor medida, el comercio internacional) las condiciones legales y policiales relacionadas con la migración se endurecen extraordinariamente, impidiendo una circulación libre de los flujos” (Asensi, 2004: 12). Pero es una situación que según él, favorece la aparición de “distintas categorías de trabajadores con grados de protección decrecientes (fijos, temporales, informales, irregulares, ilegales) junto con la tendencia a dejar bajo mínimos la protección social de los trabajadores de los países centrales” (Asensi, 2004: 13). Así, a pesar de las actuales dificultades, siempre debemos recordar que existe la posibilidad de retornar; una esperanza que se cumplió en el caso de Alfónz Zannou.
Pero también se trata de ese orgullo casi contagioso que nos devuelve el tiempo, haciendo sentirnos de la misma familia, del mismo país, de una humanidad única. La película, me la ha recomendado el Consulado de Benín, seguro por ese mismo orgullo que sienten sus trabajadores que no todos son de Benín. En esos tiempos de mayores dificultades, es necesario tener esperanza; pero también el orgullo que nos permite mirarnos por dentro. A veces, lo que buscamos fuera está dentro de nosotros.