Me
lo habían dicho, pero no me lo había creído.
Sin embargo, así hasta
tan lejos puede llegar la crueldad del ser humano; así de horrible y vergonzoso
terminó la vida del que fuera presidente de Liberia, Samuel Doe. Todo ocurrió
el domingo 9 de septiembre del año 1990, yo, todavía más lejos del continente
africano: en Cuba.
Como si la vida de un
ser humano no valiera nada, Samuel Doe fue torturado durante aproximadamente
dos horas, delante de las cámaras de TV, de algunos periodistas (incluso
occidentales), y de varios militares
procedentes del Oeste de África, invitados para establecer el orden. Y mientras
los militares justificaban su incapacidad e impotencia de actuación, debido a
su neutralidad en el conflicto, otros lo hacían diciendo que Samuel Doe había
muerto como había vivido.
Estamos entonces en
presencia de un caso difícil de justificar. Si por un lado las fuerzas
internacionales hablan de su neutralidad, ¿porqué han ayudado a eliminar a
todos los hombres que acompañaban a Samuel Doe? Por el otro, sus enemigos que
dicen que se lo merecía, deben saber defender esa posición.
Por eso, es necesario
recordar ahora a uno de sus enemigos acérrimos (Charles Talor) que se encuentra
en La Haya, bajo el Tribunal Especial sobre Sierra Leona, esperando un
veredicto sobre su participación en los hechos.
Pero lo cierto es que
como ocurre en muchos casos parecidos, no serán juzgados todas las partes
implicadas: las personas, las instituciones, y los países. Según Jeune Afrique[1], eran
las 13:00 horas de aquel domingo 9 de septiembre de 1990, y los comandos del
entonces presidente de Liberia resistían desde nueve meses, frente a los
rebeldes de Charles Taylor y de Prince Johnson: “Habían sido bien entrenados (bien formados anteriormente), bien armados
por los Estados Unidos. Y el miedo les servía de coraje: todos de la misma
etnia que su presidente, habiendo masacrado a los liberianos de otras etnias,
sabían que sus adversarios no les tenían reservado ningún regalo. Estarían asesinados.
Pero estaban seguros de sí mismos: no dejarián a su presidente negociar con los
rebeldes” (Jeune Afrique, 26 de septiembre de 2013).
Por otra parte, otros
justificaban la presencia de los Estados Unidos, relacionándola con la fundación
del país, y la clara división existente entre liberianos autóctonos, y sus
hermanos, descendientes de esclavos liberados e importados desde Estados
Unidos. De ahí el nombre del país que ya desde el año 1847 sería el del primero
en ser independiente en África: Liberia, cuyo capital es Monrovia, y con la
bandera muy parecida a la norteamericana, pero con una estrella solitaria. En ese
caso, no se trataría entonces de un conflicto étnico que enfrentaría a varias etnias,
sino de otro que enfrentaría dos bandos: el de los descendientes de los nacidos
en el país, y el de los descendientes de los nacidos en el país, pero cuyos
padres fueron esclavizados y llevados a Estados Unidos, aunque luego de ser
liberados, fueron devueltos al país.
En efecto, desde
aquel momento, ya estaba formalizada la división entre sus habitantes: que
algunos por ser los autóctonos tienen más derechos, que los que provienen de
Estados Unidos son más instruidos, con más poder y más libertad, etc.
Cuentan también que antes
de esos horribles hechos, estuvo la actuación de un rebelde que le había
quebrantado las piernas, con dos ráfagas de su Kalachnikov. A partir de ahí, se
supo que Samuel Doe ya no era Presidente, sino un herido grave, que los
rebeldes se encargaron de llevar en su coche.
Los terribles hechos
ocurrieron después, al llegar a la sede militar de Bushrod Island, a 10 kilómetros
de la capital, Monrovia. El objetivo era que confesara su fortuna, los números
de sus cuentas bancarias, los escondites de sus allegados, etc.
De esa manera, se
empieza a anunciar su captura, con la consiguiente alegría sádica de muchos de
sus conciudadanos. Y luego de eliminar a toda su escolta, un rebelde le corta
las dos orejas, mientras otro le hace cortes en la cara. Así empezó el interrogatorio.
Seguidamente, les
quebrantaron los dedos de las manos y sus partes genitales. El objetivo no tardó
en alcanzarse: Samuel Doe extenuado y con sus lágrimas que se confundían con la
sangre decidió confesar los números de sus cuentas bancarias, los escondites de
algunos de sus colaboradores, etc.
A pesar de que había
tratado de esconder sus sufrimientos, él empezó a gritar; su cabeza decae y
suspira. Todo indicaba que ya había muerto, pero un rebelde que no se lo creía,
le tiró otra ráfaga en la cabeza.
Esos hechos que
ocurrieron a finales del siglo XX, se están repitiendo en otras fórmulas, y
bajo otras siglas en el siglo XXI, debido a la impunidad y las desigualdades que
han caracterizado las relaciones internacionales.
Aunque
me habían hablado varias veces sobre las orejas que le arrancaron a Samuel Doe,
nunca me lo había creído, como ahora me resisto a creer las otras barbaridades
que han salido a la luz, y de otras más que siguen ocurriendo en pleno siglo
XXI.